Sólo para matizar esta página profesional publicitaria y marketera, me tomé la libertad de presentarle esta pieza de comunicación radial neoyorkina que me acaba de llegar, y que está dirigida a la comunidad hispana.
Yo me reí mucho. (Y la risa hace bien.)
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Hasta la próxima.
Nota previa: por considerarlo de mucho interés, reproduzco a continuación, este artículo del periodista especializado argentino Alberto Borrini, aparecido en su última entrega en el sitio www.adlatina.com
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A propósito de la nota de tapa “Egos revueltos. El irresistible ego de los escritores”, publicada por la revista ADN Cultura del diario La Nación y del libro que dio lugar a ella “Egos revueltos”, el columnista de adlatina.com se plantea si algo parecido a lo expuesto en esa nota sucede en el ámbito publicitario.
«Las veleidades de los publicitarios no son, quizá, básicamente una cuestión profesional sino generacional», sostiene Borrini.
Unas semanas atrás, la revista ADN Cultura del diario La Nación publicó una nota central, de tapa, titulada “Egos revueltos. El irresistible ego de los escritores”.
El detonante era un libro reciente, “Egos revueltos”, memorias del agente literario Juan Cruz Ruiz, en el que refleja la “feria de las vanidades” de escritores célebres que fueron por él representados o conocidos personalmente. Cualquier representante de celebridades televisivas o deportivas podría referirse de la misma manera a otros egos, revueltos o no, en su esfera de acción.
¿Sucede algo parecido en la publicidad? Trataremos de reflexionar sobre este aspecto tan esquivo de la actividad evitando dar nombres, pero antes volvamos por un momento al libro en cuestión para tomar carrera. Desfilan por “Egos revueltos” desde Camilo José Cela hasta Julio Cortazar, y desde Jorge Luis Borges hasta Octavio Paz, pasando por Susan Sontag, Pablo Neruda y Arturo Pérez-Reverte (creador del personaje “Alatriste”) a quien se le ocurrió la frase “egos revueltos” aplicada a sus colegas.
En la obra de Cruz Ruiz hay algo más que frivolidad. La vanidad deja traslucir capas más profundas de la personalidad de los retratados. Uno de los campeones en este aspecto fue, según el autor, Neruda, que hablaba de sí mismo en primera o tercera persona como suele hacerlo una celebridad situada en las antípodas, Maradona; otra resultó ser la novelista Susan Sontag, muy exigente con la jerarquía de los hoteles en que la hospedaban durante las giras promocionales, que según ella debían estar a la altura de su propia imagen.
Pocas dudas quedan que la egolatría de la aristocracia del deporte mundial, especialmente del más popular entre nosotros, el fútbol, vuela alto.
José Mouriño, a horas de estrenar su cargo en el Real Madrid, dijo en una entrevista periodística: “Hoy el entrenador debe saber gestionar el ego de sus jugadores”.Olvidó mencionar
Mouriño que sólo un ególatra como él puede hacer bien el trabajo con un plantel de superestrellas.
Como con las bebidas frías
El mismo imperativo tienen hoy los managers de las celebridades de la farándula y también, en alguna medida y más acotadamente en una esfera más especializada como la publicidad, los gerentes generales de las agencias, que en nuestro país son tan raros como los buenos entrenadores. Tan pocos, que cada vez que se hace la pregunta sale a relucir en primera instancia un solo nombre.
El cargo, en efecto, hoy demanda extraer lo mejor de los egos de sus colaboradores, y saber encaminar hacia un objetivo común, colectivo, la creatividad y la efectividad de su empresa. El talento no excluye algunas dosis de egolatría, depende de que se la sepa autoevaluar o administrar, mezclando los excesos de vanidad con las dosis de humildad que requiere el equilibrio de la gestión en cualquier disciplina.
Los más lúcidos directivos publicitarios invierten tiempo y dinero en la formación de los profesionales con más futuro, e integran equipos permeables al lucimiento y la superación, pero en los que ninguno puede considerarse imprescindible. Es una manera de que los egos se revuelvan de manera positiva y faciliten los recambios de piezas importantes sin provocar conflictos.
No hace falta decir que entre los publicitarios hubo, hay, profesionales exitosos no exentos de vanidad que, impusieron un estilo, a veces hasta inducir a la mala imitación o la propia caricatura. Varios de ellos fueron legítimamente reconocidos en vida y venerados cuando se retiraron o desaparecieron.
También hay profesionales que trabajan discretamente y hacen de la humildad un estilo y una conducta. Personas que no vacilan en reconocer que trabajan en equipo, y que prefieren desaparecer tras sus colaboradores cuando llega la hora de recibir un premio internacional, o tras su obra como han hecho algunos de los grandes creadores en otras disciplinas. Esto ocurre asimismo en el fútbol, donde la contrapartida de Mouriño es Vicente Del Bosque, el discreto director técnico del seleccionado español que ganó la Copa del Mundo.
Por otra parte, una dosis razonable de egolatría es inevitable además en profesionales como los publicitarios, porque está muy vinculada con la confianza en si mismos, necesaria a su vez para animarse a dar el salto de calidad, a veces mortal, que exige la innovación.
Las veleidades de los publicitarios no son, quizá, básicamente una cuestión profesional sino generacional. Pío Baroja escribió un libro de memorias titulado “Juventud, egolatría”, en el que señala que “con el egotismo sucede un poco como con las bebidas frías en verano, que cuanto más se beben se tiene más sed”.
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Es mi humilde contribución y admiración al arte. Usted verá a una niña que en un espacio reducido con solo sus manos maravillosas, su inspiración más un poco de arena, narrar toda una historia, que hizo emocionar a un auditorio incrédulo.
Disfrútelo. Si ya lo conoce, lo invito a gozarlo nuevamente.
Hasta la próxima. Y espero sus comentarios.